Me he despojado, por fin, de lo sobrante,
de lo hiriente,
de palabras con doble filo
que siempre dañan dos cuerpos,
y de personas que juegan sus cartas
tan hábilmente
que antes de terminar
creen tenerte caminando sobre su hilo.
He cerrado puertas, ventanas y rendijas
en las cuales dejé resquicios de luz
por donde cupieran quienes un día partieron
en caso de que la nostalgia
les golpeara una noche en sueños
y me echaran (de menos y en falta)
Pensaba que, a veces, quien te quiere también se va;
que te deja un espacio que rellenar,
para buscar otras almas de las que te impregnes
y, al volver ellos, te vean distinta,
nueva
y a rebosar.
Pero no es así,
quien te quiere siempre está
aunque le grites que se marche,
permanece en la parte de atrás
deseoso de su momento,
de su monólogo perfecto
y le abras la puerta de par en par.
He roto las cadenas que me unían
a personas que desgastan,
que atormentan
y no dejan paso a la alegría,
porque la rebeldía siempre nos va a besar los labios
cuando estemos con las personas adecuadas.
Inigualables e insuperables.
Piezas encontradas que encajan,
te completan
y te sostienen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario