lunes, 7 de mayo de 2018

Cajones vacíos.

De un momento a otro dejaste de estar cerca y yo empecé a sentir frío cuando creí que viviría toda mi vida en una primavera en Sevilla.
Pensé que seguiría escalando hacia el cielo, amarradita a tus caderas, marcándome éstas el paso para no perderme demasiado, porque sabes lo que me costó encontrarme y desde que lo hiciste tú solo estaba dispuesta a desaparecer si era en los callejones de tus dedos.

Tengo en el escritorio la botella de vino vacía que me regalaste de Florencia, con la marca aún intacta de mi pintalabios en el centro de ésta de aquella noche que me dijiste que yo era para ti como la flor de Lis para Florencia: su marca.
Y yo la única que te había marcado en el transcurso de tus idas y venidas.
Hay dos cajones de mi mesilla que ahora se encuentran vacíos al faltar tus cosas y no sé con qué llenarlos si todo lo demás lo ordené de tal forma para que nunca me faltara espacio y ahora me sobran ellos y me faltas tú.
Nunca pensé que el fondo hueco de un cajón se asemejaría tanto a un corazón.
Los voy a poner en vente para ver si alguien los quiere y con un poco de suerte dejo de escuchar el eco que mi cabeza me hace creer que existe desde entonces.

Se me han venido encima todos los recuerdos, todos estos años, y no sé cómo administrarlos para que solamente hagan un poquito de daño en algún momento del día y de esa forma poder lograr que, con el tiempo, todo vuelva al lugar que tenían los pedazos antes de que llegaras revolviéndolo todo con tus ojos.
Siempre has sido de los que cambian el mundo solo con mirarme.

Me estoy acordando ahora del temblor de tus manos, que yo pensaba que te ocurría de vez en cuando por causas que yo desconocía hasta que me explicaste el porqué. Me dijiste que temblabas cada vez que me veías, ya fuera desnuda o no, pero ahí estaba, signo de respeto y admiración. Te prometo que no pude creerme que existiera alguien que al mirarme se sintiera de esa forma; y lo que nunca te dije era que cada vez que ocurría, mi corazón empezaba a latir tan fuerte que le habría ganado en pulso a los más nerviosos momentos antes de declararse.

La forma en la que se calmaba tu voz cuando se me escapaba un "te quiero" sin venir a cuento, la tranquilidad que emanabas por cada poro, y digo que era solamente en esos momentos porque a la primera de cambio volvía tu incapacidad de estar quieto ni un momento y no había quien te siguiera el ritmo.
Supongo que nunca llegué a correr tan rápido como tú porque yo soy más de cerveza en bar que de copa en discoteca, de leer libros en mi terraza a media tarde que de carreras de motos y de pellizcos en el corazón a deshoras pero certeros que de siempres que se convierten en quizás.
Yo soy de querer tranquila y tú creíste quererme a lo loco y sin seguro, y claro, te estrellaste y tu principal víctima fui yo.

Ahora los rasguños se han convertido en cicatrices que llevan flores a todos los "para siempre" que alguna vez me prometieron, ahora dichas cicatrices son las que enseño cuando alguien me pregunta por ti; "fácil viene, fácil se va"es lo que digo.
Aunque es mentira.
No te has ido fácilmente porque aún sigues haciéndome compañía por las noches, me sigues diciendo que con esos pantalones no puedes dejar de mirarme, que al volver a casa enfadada aún te oigo preguntarme  con quién he discutido y si ha valido la pena y, en caso de ser afirmativa la respuesta, te ríes, me besas y me dices "si alguna vez dejas de gritar, el mundo se habrá ido a pique y yo quiero verte salvarlo".
No te fuiste fácil porque todavía no te has ido, sigues tan sumamente vivo como el primer día que me miraste desde la otra punta del sofá atestado de gente y me dijiste:
"siempre has sido tú".

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