Puedo decir,
sin miedo a equivocarme,
que fuiste la llama que prendió mis pilares;
y el gran incendio que hizo arder mis inseguridades
haciendo de ellas una pila de cenizas
que con un simple soplido
las mandaste lejos,
tan lejos que no pudiera nunca volver a verlas.
Lo único que deseo y quiero,
es que aprendas a verte con mis ojos
y sentirte con mis manos,
porque no he encontrado mayor tesoro,
ni en mis viajes a los lugares más recónditos,
que pueda igualarse a cada una de tus miradas.
Ahogada en un mar de dudas
me sacaste a flote
sin usar nada más que tu mano,
que me sujetó fuerte
hasta que aprendí a andar sola,
hasta que me dejaste andando sola.
Pero no temas,
que he aprendido incluso a volar
y ahora te busco entre las nubes,
que ese era el sitio donde me hacías subir
cuando trazabas mis curvas con tus dedos.
Esa misma canción a piano,
que una vez me tocaste,
suena hoy en aquel bar dónde escuchábamos recitales de poesía.
Qué irónica la vida que te vuelve a traer a mí,
oculto entre notas,
para luego, volver a alejarte
cuando la melodía cesa
y dan paso a los aplausos,
los cuales se clavan en mi alma
como si puñales adornaran mi espalda.
Bajo este cielo encapotado,
escribo los últimos versos
de este poema que tiraré al mar
enroscado en una botella
con la esperanza de que llegue a ti
y tú vuelvas a mí.
sin miedo a equivocarme,
que fuiste la llama que prendió mis pilares;
y el gran incendio que hizo arder mis inseguridades
haciendo de ellas una pila de cenizas
que con un simple soplido
las mandaste lejos,
tan lejos que no pudiera nunca volver a verlas.
Lo único que deseo y quiero,
es que aprendas a verte con mis ojos
y sentirte con mis manos,
porque no he encontrado mayor tesoro,
ni en mis viajes a los lugares más recónditos,
que pueda igualarse a cada una de tus miradas.
Ahogada en un mar de dudas
me sacaste a flote
sin usar nada más que tu mano,
que me sujetó fuerte
hasta que aprendí a andar sola,
hasta que me dejaste andando sola.
Pero no temas,
que he aprendido incluso a volar
y ahora te busco entre las nubes,
que ese era el sitio donde me hacías subir
cuando trazabas mis curvas con tus dedos.
Esa misma canción a piano,
que una vez me tocaste,
suena hoy en aquel bar dónde escuchábamos recitales de poesía.
Qué irónica la vida que te vuelve a traer a mí,
oculto entre notas,
para luego, volver a alejarte
cuando la melodía cesa
y dan paso a los aplausos,
los cuales se clavan en mi alma
como si puñales adornaran mi espalda.
Bajo este cielo encapotado,
escribo los últimos versos
de este poema que tiraré al mar
enroscado en una botella
con la esperanza de que llegue a ti
y tú vuelvas a mí.