jueves, 27 de febrero de 2014

Relato: Margaritas.

Recuerdo perfectamente esa mañana de Julio, en la que el sol abrasaba hasta  las margaritas que me pusiste en el pelo bien temprano, alegando que tenías algo con lo que comparar mi belleza, ya que eran esas tus flores favoritas en tu persona favorita.
No pude evitar el destello que apareció en mis ojos tras procesar esa frase, después de memorizar la forma en la que tus labios la pronunciaron.
Mentiría si te dijera que no se me encogió el estómago y se me engrandeció el corazón intentando simular el tamaño de mi sonrisa de tonta enamorada.  Y sí, lo admitía, estaba enamorada de ti, como las estrellas de la luna que luchan entre ellas por cuál es la que más brilla y así llevarse la atención de ésta. 
No podía sentir nada más grande que mi amor por ti.
Después de recomponerme de ese momento de debilidad, volví a ponerme seria y a obligarnos a obviar lo que estaba siendo el comienzo del beso de nuestras vidas, el que sellaría el principio de algo único, hermoso.
Algo que no podría pasarnos a nosotros.
No a mí.
Cuando viste mi expresión, rápidamente retrocediste un paso. Dos y hasta tres. La distancia que nos separaba tensaba el cordón que unía nuestras almas y que, terminaría rompiéndose. 
Rompiéndonos como simples vasos de cristal.
En tus ojos no existía otra cosa que miedo, dolor e incertidumbre. Pude ver que te empezaban a temblar las manos y tus dedos jugaban entre ellos intentando apaciguar lo que estaba naciendo dentro de ti: pérdida.
Porque era verdad, me estabas perdiendo. Nos estábamos alejando, bueno, me estaba destruyendo a mí misma con esta estúpida y cobarde marcha.
Te dije que lo sentía, lo primero de todo, y agachaste la cabeza inmediatamente. 
Un pinchazo me atravesó el pecho. No había cosa que más doliera que pronunciar estas palabras.
Tengo que dejarte marchar. No te convengo.
Se podía apreciar en la forma en la que tu cuerpo se tensó sabiendo que era lo último que querías oír.
No pensaba que irías a decir algo, creía que te darías la vuelta y escaparías de mí, pero hablaste.
Me da igual que no seas buena para mí. Prefiero estar con una persona a la que de verdad quiero -se me heló hasta el alma cuando me dijiste esa frase- que con alguien que es 'buena para mí' y por eso deba estar con ella. Te quiero a ti, con tus problemas y tu tristeza, con tus demonios y todo lo que eso conlleve. Que soy capaz de quedarme despierto noches y noches solo para que cuando te despierten tus pesadillas poder calmarte. -tomaste aire y tu mirada penetró aún más en mis ojos llorosos. Pero ni mis lágrimas te detuvieron- Así que, cariño, no me pidas que me aleje de ti, ni te vayas tú porque no lo voy a permitir. Y quizás pienses que esto es un simple amor pasajero, que no eres la mujer con la que pasaré mi vida. No lo sé, nadie puede saberlo, pero ¿por qué no podemos intentarlo? Hagamos que todo el mundo nos envidie. Te quiero y quiero esto. Quiero un nosotros.

Cuando me vine a dar cuenta de todo, estabas pegando tu frente con la mía, respirando con dificultad y con el corazón latiendo a mil.
Yo no sentía nada. Estaba petrificada.
Siempre había sido yo la que soltaba todas esas palabras intentando hacer que se quedaran personas que terminaban marchándose cuando veían un despiste por mi parte. Y ahora, es él quien lucha porque me quede.
Podía distinguir los puntos verdes que hay en tus ojos enterrados en ese mar azul.
Note tu miedo por tocarme, como si temieras romperte. 
Pero, incluso antes de que respondiera, sabías que no me podía ir.
Me estrechaste entre tus brazos y no me contuve más; hubo una mezcla en mis lágrimas entre paz, tranquilidad y miedo.
Te dio igual por lo que lloraba porque nadie te paró, nunca nada lo hace, y me besaste. Con ternura y furor, relajándote en ese beso, dejando en mis labios toda tu frustración por la duda y la posibilidad de perderme y yo deposité en tu boca mi confianza, mi alma y todo lo que yo era.
Y por eso, por mi incapacidad de amar, por el miedo a hacerte daño, fue por lo que salí corriendo de ese lugar tan nuestro, tan idóneo para el principio de algo y demasiado bonito para la ruptura de dos corazones destinados al amor.
Te escuché gritar mi nombre, que volaba entre la suave brisa que se levantó, y que gracias a ella también se llevó los gritos de dolor que salieron de mí, una vez que supe que no podrías oírlos.
Pensarás que no te quise, que sólo jugué contigo, pero no, cariño, nunca he querido a nadie más de lo que te quise a ti ese verano.
Y llevabas razón, como siempre, los primeros amores nunca se olvidan, se quedan guardados como recuerdos que duelen demasiado, en un rincón de nuestra alma preparados para salir a la luz en el momento que se cruza su nombre por tu pensamiento.

Y pasaron los años, 5 en concreto, y seguía escribiéndote en silencio, como sabías que me gustaba hacerlo, sin que nadie me conociera.
Nadie sabía a quien iban dirigidos mis escritos en los periódicos, pero tú sí. 
Y los encontraste.
Me encontraste.
Cuando llamaste a mi puerta, después de tanto tiempo,en un atardecer de invierno, seguías igual, más alto, mucho más guapo y con una caja en las manos que me diste sin mediar palabra alguna. Mi respiración se aceleró más que cuando te tuve que dejar y me pasé semanas sin levantar cabeza porque, ahora, tenía delante a la razón por la que nunca me había vuelto a enamorar.
Me diste la cajita de cartón y con las mismas te fuiste de la misma manera que yo huí hace 5 años, corriendo. Pero viendo la fuerza con la que me mirabas, sabía que no querías irte.
Volví a ver tus ojos, aquellos que tanto anhelaba, y sentí que se fundía mi corazón.
Me quedé un rato en el umbral de la puerta, esperando a que el sol se terminase de esconder, sin saber que hacer hasta que el pitido del microondas me avisó de que mi té estaba listo, me hizo darme cuenta de que debía entrar. Cuando conseguí sentarme en la misma silla en la que escribía, toqué la caja, con cuidado y amor, sabiendo que la habías sostenido entre tus dedos, los mismos dedos que se enredaron en mi pelo cuando me besaste, sin dejarme ir.
Al abrirla, pude ver lo mismo que hizo Joe en mi libro favorito cuando se separó de su chica: coleccionó todos sus textos, más bonitos o menos, los guardó hasta que llegara el día en el que pudiera dárselos y así demostrarle que no la había olvidado.
Y eso hiciste.Pero en el fondo de la caja, secas ya, estaban unas cuantas margaritas y apostaría sin miedo a perder, que son de nuestro lugar. Y volví a sentir la misma sensación de esa mañana de Julio con la diferencia que ahora él que se había ido, eras tú, sin dejar ninguna pista por donde empezar a buscarte entre esta maraña de gente sin rostro.
Me pasé esa noche y dos más, leyendo mis textos antiguos, algunos de hace años y sigo sin creerme que los conservaras todo este tiempo.
Me cuesta hacerme a la idea de como, siendo lo impaciente que tú eres, has podido aguantar 5 años a volver.
Bueno, 'volver', porque te has ido.
Pero me alegré mucho, muchísimo, no sabes cuanto, por haberte visto. Al igual que mi alma, que como decía Platón, se engrandeció y se embelleció cuando vi tus labios.
Pensé que volverías para recuperar la caja o, quizás, a mí. Pero claro ¿por qué lo ibas a hacer si yo no lo hice?
Me pasaba los días llamando a gente, a nuestros amigos de antes, que tú seguro que conservarás. No se te da bien olvidarte de la gente. Pero todos me decían que llevaban semanas sin saber de ti, que estabas de viaje o que te habías mudado.
Con el último con el que hablé fue con Carlos que algo más me dijo sobre dónde localizarte.
-Hablé con él ayer y me contó que estaba por Galicia. Ya sabes, siempre le ha gustado el frío y allí se ha colocado, pero el sitio justo no me lo dijo, chica.
Te gustaba el frío, como a mí. Por eso nos pasábamos las tardes de nevadas bajo las mantas viendo películas u optábamos por quedarnos dormidos. Lo que mejor nos venía.
-Tengo que encontrarlo, Carlos. Tengo que aclarar las cosas con él y que sepa el por qué todo ocurrió así.
-Pues ya sabes, coge la maleta, llénala de ropa y recórrete Galicia en su busca, que él se recorrió Barcelona en la tuya.
Se me cortó la respiración cuando escuché eso, de verdad. Nadie hizo nunca lo que tú por mí y, era por eso, por lo que sonreía cual idiota creando una imagen de ti paseando por las calles valorando cuál podría ser mi casa. Te pienso gritando al cielo el por qué me tuve que ir tan lejos, el por qué me fui sin darte ninguna explicación.
En cierto sentido, fue el imaginarte de esa manera, lo que hizo que me despidiera de Carlos y me pusiera a hacer la manera, convirtiéndose tu búsqueda en mi razón de ser.
Y menos mal que lo fue porque he estado viviendo sin nada que perseguir desde ese verano.
Me metí en internet como pude, nunca se me habían dado bien los ordenadores. Te reías por ello y más al verme escribir en las máquinas antiguas, pero lo hago porque adoro el olor de la tinta recién incrustada en el papel, sellando su unión para el beneficio de otros que se alimentaran de esas palabras.
Después de reservar el primer tren que salía con rumbo a ti dentro de 2 horas, tuve que llamar al periódico para que me dejaran unas semanas libres pero se limitaron a decirme que enviara mis escritos por e-mail en vez de en mano, lo que me obligaba a llevarme el ordenador si no prefería el despido.
Maldita sea.
Viene a mi memoria trozos de conversaciones, bueno, más bien discusiones, como siempre; aunque las arreglábamos de la mejor manera que sabíamos: prometiendo.
Prometíamos no volver a hacerlo, a contarnos siempre la verdad aunque doliese y a no estar más de tres horas sin hablar porque nos necesitábamos. Qué pena que las palabras se las llevase el viento y que las cartas que nos mandábamos se convirtieran en cenizas a causa de las llamas, admitiendo su terrible final.
Meto en mi maleta algo de ropa, dinero (lo justo porque espero encontrarte antes de quedarme sin nada), mi libreta negra, muchos bolígrafos, el ultimo paquete de tabaco que me queda y el ordenador.
Las manos se me empiezan a calentar debido a los nervios y lo odio porque siempre me decías que mejor las manos frías para hacer sentir escalofríos con cada toque.
Pobre idiota de ti que creías que necesitaba el helor de tus manos para sentir ese temblor que me recorría el cuerpo.

Cuando llegué a la estación de trenes, me avisaron de que el mío estaba a punto de salir por lo que corrí como alma que lleva el diablo por el establecimiento mientras que la maleta me daba golpes en la pantorrilla derecha.
-la próxima vez me compro una de ruedas.-pensé mientras le daba mi billete al hombre que había en la puerta, quien me indicó donde estaba mi asiento. Ventanilla, menos mal.
El viaje duraba cerca de 13 horas y no sé que haría en todo ese tiempo, en más de medio día. A mi lado se sentó un hombre mayor, de unos 65 años y no tenía cara de buenos amigos por lo que deseché la opción de entablar una conversación con él.
El tren se puso en macha 10 minutos después e intenté relajarme mirando los kilómetros de vías que había a mi alrededor hasta que nos alejamos de la estación y empezamos a ver campo y, a lo lejos, se podían distinguir algunas ciudades.
Podría acostumbrarme a estos viajes.
Me relajé un poco, jurando no dormirme si cerraba los ojos.
No cumplí mi promesa porque al despertarme solo quedaba 1 hora para llegar ¿como demonios pude dormir tanto? Bueno, teniendo en cuenta que llevaba varias noches sin dormir por estar leyendo los escritos que me trajiste, pues era comprensible. El hombre de mi lado estaba, al parecer, cabreado; o con la vida o conmigo. Quien sabe. Quizás le molesté mientras dormía.
En la hora que me quedaba para llegar, pensé en qué haría si te encontraba, en cómo reaccionaríamos ambos, o más bien tú, al verme allí sabiendo que no soy de esas que buscan a quien nunca la han buscado y por eso, porque tú sí lo hiciste, me presenté en una ciudad de la que solías hablar porque te encantaba al estar al lado del mar, Ribadeo, en Lugo.
Me solías contar las veces que soñabas con caminar por sus playas en invierno, cuando todos estaban en sus casas intentando por todos los medios calentarse en esas tardes más frías que el témpano; que su cielo encapotado se llevaba los problemas para dejar paso a la lluvia y, ahora, podía decir que estabas en lo cierto porque ese cielo me estaba cubriendo y qué bonito era.
Para poder llegar allí tuve que coger un autobús porque era una ciudad pequeña pero con un toque tan tuyo que parecía estar hecha para ti. Te notaba en cada esquina, en los bares que había y, sobre todo, en las pequeñas librerías de época; esas si que olían a ti o, quizás, eras tú, que olías a libro con el característico toque a café recién molido. Al menos, ese era tu esencia en el 2001.
Recorrí las entrañas de la ciudad, adentrándome en sus callejuelas enrevesadas con la maleta aún golpeándome la pantorrilla, pero, me sentía feliz porque estaba llevando a cabo algo que merecía la pena, que merecías la pena. Siempre lo he dicho, aunque tú pusieras los ojos en blanco y sonrieras como un bobalicón.
Cada vez estaba más cerca de ti, lo podía notar; a lo mejor pareciese una loca escapada del manicomio pero estabas cerca.
Cuando llegue a una playa sin haber dado contigo pensé que me podría haber confundido, que no serías tan predecible de venir a este sitio pero, al mirar a la izquierda, vi una pequeña casa en lo alto de una suave colina y la sonrisa no me cupo en la cara al saber que era tu casa. Y lo averigüe cuando al llegar a la cima, había puesto un buzón con tu apellido.
Muy típico de ti.
Nadie supo nunca lo rápido que me latió el corazón en esos instantes previos a llamar a tu puerta, ni las ganas que tenía de saltar a tus brazos como si fuera una quinceañera con ganas de comerse el mundo antes que nada.
Y fíjate, aún estando a -1 grado y teniendo aviso de tormenta, mis mejillas coloradas y mis manos ardiendo, no me las quitaba nadie de lo nerviosa que estaba.
¿De dónde saqué las fuerzas para levantar la mano y hacer sonar el timbre? Nunca lo sabré porque me arrepentí al minuto de hacerlo.
No fue a ti a quien vi tras la puerta, sino a una niña pequeña, morena y con unos ojos azules del color del mar que bordeaba esta colina. Tan pequeña e inocente y a la vez tan protegida por su madre que se colocó detrás de ella al ver que su hija había abierto sola.
-Emma, te he dicho miles de veces que no abras la puerta a nadie nunca si no estoy yo delante ¿entendido?-inquirió la madre, bueno, tu mujer.- Perdone, se me escapa siempre. Dígame, ¿qué desea?
Era preciosa. Con los mismos ojos que la pequeña y una hermosa sonrisa. Con una tez morena muy típica de Andalucía pero sin nada de acento. Tuviste suerte con ella. Definitivamente ella era mil veces mejor que yo.
No sabía si cavar un agujero a mi alrededor y encargar una lápida porque, el vacío que se instaló en mí fue semejante al que deben sentir las personas cuando éstas inhalan su última bocanada de aire, dejando a su alma escapar de ellos.
-Em... sí... buscaba a Lucas, ¿está en casa?-me dolió el corazón al pronunciar tu nombre.
-No, no está en casa, está trabajando, pero le puedo dejar el recado, si quiere. ¿Quién es usted?-dijo acercando su hija más a ella.
-Oh. Muchas gracias, pero no hace falta. Soy Giuli, una amiga del trabajo, solo venía a decirle que mañana hay una manifestación en la puerta de la empresa-mentí con lo del nombre, pero no podía dejar que averiguaras que había ido a buscarte. Llámame orgullosa, si quieres.- ¿y tú, quién eres?
-Me llamo Lucía, soy su mujer.-y aunque ya lo sabía, sentí el verdadero frío que hacía allí arriba. Me congelé.- Mucho gusto, Giuli. Y tranquila, se lo diré, que seguro que se presenta allí el primero.-finalizó con una sonrisa y se hizo para atrás para cerrar la puerta- Pasa un buen día, adiós.
-Adiós-respondí con la más falsa de las sonrisas que podía existir porque no, un buen día seguro que no iba a pasar.
Volví a bajar a la playa y me quedé quieta observando como las olas rompían contra las rocas, pensando que yo era como una de éstas; soportando los problemas que chocan contra mí intentando romperme, hasta que llegue la ola que me derribe y me haga caer para hundirme en las profundidades del océano.
Nosotros somos las rosas y las olas, nos derruimos de manera inconsciente con nuestras idas y venidas hasta que, ésta vez, terminamos así: llenos de tristeza y vacíos de ilusión.

Barcelona, 27 de Noviembre, 2006.
                                                                                     -Gemma Soler Rodriguez.

martes, 18 de febrero de 2014

nunca odié más los amaneceres, que cuando nos alejaban.

Levanta las manos e intenta tocar la oscuridad del cielo y buscar en ella, las estrellas que desaparecen en la claridad de cada amanecer. Qué raro, ¿no? ¿Les tienen miedo las estrellas al sol, acaso? Porque huyen de él como tú huías de mi cama cada mañana. No podré explicarlo nunca; el porqué de tu fuga sin despedirte, ni despertarme. ¿Me tenías miedo, también? Es irónico, porque era yo la que te amaba más que a su propia existencia. La que debería de tenerte pánico era yo, que te imponías sobre mí como un titan impasible del que nadie podía escapar.

Eran tus fuertes manos las que me sujetaban con posesión las caderas, como cadenas que me rodeaban, para evitar mi partida, asegurando así nuestro éxtasis.
¿Y tus labios? Oh, tus labios, menudo deleite el que creaban con cada beso abandonado en todos los rincones de mi cuerpo. Me besabas con avidez, con pasión y con ansia, como si temieras mi desgaste. Y no, mi vida, nunca me consumiría, cuando esa era tu labor: el dejarme en una nube todas las noches.
Y era esa tu señal, cuando el atardecer se empezaba a vislumbrar por entre las montañas, tú llamabas a mi puerta, y al yo abrir, me cerrabas la boca con la tuya, invadiendo mi cavidad con tu lengua, rápida y celestial porque era cosa divina lo que sabías hacer con ella.

No podíamos pedir mas en esa época. Lo teníamos todo y a la vez no teníamos nada, como dos adolescentes enamorados que esperaban a que fuera el otro quien diera el primer paso, aunque ya habíamos dado cinco zancadas sin darnos cuenta.

Y quizás era ese el motivo de tu ausencia a cada cantar del gallo: la negación de nuestra correspondencia en lo de que amor se trataba.
Y confianza.
Y amistad.
Porque recuerdo las veces que nos pasábamos las horas abrazados en la cama, contándonos los cotilleos del pueblo, como si fuéramos dos marujas sin remedio.
Pero era lo bonito, el momento de después de devorarnos, en el que salía a la luz mi tonta mirada que dejaba al descubierto lo loca que estaba por todo tú.
¿Y las veces que me quedaba embobada mirándote hablar?
Supongo que las mismas que tú conmigo.
Quien sabe.
Yo solo cruzaba los dedos bajo las sábanas para que nunca te alejaras, pero nadie ha podido detener aún el tiempo por lo que siempre llegaba el día siguiente, y con él, mi soledad temprana.

sábado, 15 de febrero de 2014

con tu ida, me llevaste a mí.

Aprendí a digerir cada palabra que creía que no podría soportar; a cada silencio le puse una voz para que fueran ellos los que me hiciesen compañía los días de lluvia. Cuando tú me faltabas.
Quizás parecía una loca por quedarme mirando por la ventana esperando tu vuelta, sabiendo, en el fondo, que no sería así; pero era lo que hacía que me levantara por las mañanas y no dejarme morir en la cama: tu espera.
Y cada noche, cuando el cielo se tornaba de negro y mis párpados empezaban a pesar, salía por la puerta y empezaba a andar por las calles. Las mismas por las que ambos deambulábamos de la mano entre palabras y besos robados.
Quizás parecía que había perdido el norte por estar riéndome sola, pero intentaba espantar las lágrimas que luchaban por salir.
Continué perdiéndome en esa maraña de vida, hasta que llegué a nuestra cafetería, ahora cerrada, y me senté en la puerta creyendo que si no volvías a casa, a lo mejor aquí sí.
Pasó una hora.
Y dos.
Y tres y por ahí no aparecía nadie. Como era de esperar.
Quizás parecía una chica desesperada porque dejé de soltar esas falsas bocanadas de aire y ruido a las que llaman carcajadas para dejar espacio a los gritos de dolor que había en mis ojos cuando lloraba. Y sí, te estaba llorando, otra vez. Pero sola, como siempre.
Y quizás fuera eso: una loca sin rumbo desesperada que estaba sola en el aniversario de nuestra muerte.

'el paso del tiempo me enseñó a no quererte demasiado'

Déjate las mentiras que has ido
construyendo a lo largo de estos meses. 
No me quito culpa de que esto solo haya
servido para que ambos pasáramos el rato
creyendo que duraríamos para ver cada atardecer
en nuestro porche.

Cogiste todas tus cosas para huir esa
misma mañana dejando la cada igual de vacía
de lo que me hiciste sentir con tu marcha.

No sé si dolieron más tus ganas de irte
o el portazo que diste al desaparecer, porque sabía a
olvido, dolor y sobre todo a adiós.

Y no hay sabor más amargo que las despedidas.

Esa noche pude asegurarme que la cama
era demasiado grande para los dos.
Quizás eso fue otra de las razones 
que nos distancio: el estar en frío incluso en la cama

En todos los sentidos estábamos fríos.

Corrimos mucho para luego tener que frenar de golpe
al topar con los primeros problemas de pareja.

Y es que teníamos tantos planes que arrojamos por la ventana
del último piso 
como si de cosas sin sentidos se trataran, obviando que fuera nuestro futuro
de lo que nos estábamos deshaciendo.

Pero eso ya no importa. Todo dejó de tener sentido
cuando te vi con ella y decidí guardar silencio solo para
que no se cumpliera mi mayor miedo: la completa soledad.

No fue suficiente.
Nunca lo es.
Y acabaste largándote por la misma puerta por la cual una vez, cuando nos queríamos,
me pasaste en brazos vestida de blanco.

martes, 11 de febrero de 2014

'Con mis manos alrededor tuyo, no hay nada que pueda hacer'

Olías a café recién molido, de esos que me encantan, y a libros. Olores que nunca antes había encontrado en una persona. Quizás eso fue lo que principalmente me atrajo de ti: que eras diferente hasta en lo más imperceptible. Sin saber que luego descubriría que no eras solo distinto en eso, sino en cada aspecto de ti.
Causabas furor allá donde ibas, las chicas levantaban la mirada buscando tus ojos por si tu te dignabas a observarlas aunque fuera de reojo. Que no fue el caso. Podrías tener a cualquier chica que quisieras, desde la más guapa a la que mejor cuerpo tenía. Todas caían rendidas a tus pies. Parecías un ángel a sus ojos. Por eso, me extrañó que fueras a hablar con la única que no se le ponía el corazón a mil cuando te acercabas: yo.
¿Qué era lo que tenía que no tuvieran las demás? Y enseguida me lo dijiste: impredecibilidad.  Y era raro que respondieras eso sin conocerme de nada, pero acertaste de pleno.
Solo hicieron falta tres citas para que te acomodaras en mi mente y fueras el motivo de mis más hermosos sueños. Disfrutaba de tu compañía, con tus chistes malos y tus carcajadas al ver mis caras. Y es que siempre me has dicho que soy demasiado expresiva y que muevo mucho las manos al explicar cualquier cosa pero lo que no sabías era que me quedaba sin habla cada vez que me rozabas.
Posiblemente era como las demás de tus admiradoras, pero me guardaba esas muestras de obsesión para mi diario, siendo aún más ridícula, pero, chico, me volvías loca.

Cada mañana era un motivo de burla que se alargaba durante todo el día debido a mi mala cara de las 7:30. Me sentía morir cada vez sonreías al verme bajar las escaleras, examinándome de arriba a abajo. Siempre te decía ''no me mires la cara, por favor'' y tú respondías ''no podría apartar la vista de ella ni aunque me pagaran''. Y así era como me sonrojaba nada más empezar la jornada.
Las noches del viernes las reservábamos para perdernos con tu coche, conducir hasta la colina más alta y tumbarnos en la capota mientras comíamos chucherías.
Recuerdo lo gracioso que estabas cuando se te quedaba azúcar pegado en el lado derecho del labio y que gracias a eso tuve la excusa para poder rozar tus labios con mis dedos. Creí que me caería del capó si apartaba la mano de ellos.
Y es que bajo las estrellas más brillantes que jamás pude ver, fue donde nos atrevimos a besarnos; y créeme, si no llego a estar sujeta entre tus brazos, hubiera salido volando hacia el cielo porque me sentía allí arriba.

'fuiste tú quien me dijo que de amor ya no se muere'

La lluvia seguía cayendo y los coches hacían sonar sus cláxones creyendo que así saldrían antes del atasco que había en la Gran Vía. ¡Qué ilusos! Por mucho que metan prisa, si algo está parado, se tomará su tiempo en volver a la normalidad y quien está en medio de ese bullicio tiene dos opciones: tener paciencia y cruzar los dedos para que termine rápido o abandonar. 
Y eso mismo hiciste tú: no esperaste a que me ordenara por mí misma, querías o reconstruirme lo más  pronto posible o dejar el embrollo que había dentro de mí así, intacto, solo porque ansiabas tenerme.

 Optaste, en un principio, por la primera opción, pero lo que no sabías es que para rehacer a una persona, primero tienes que derruirla; cosa que hiciste tremendamente bien, chaval. Hiciste que hasta mis más duros cimientos cayeran ante ti, ahogándome en la nube de polvo que levantaban mis escombros.
Al ver que llevaba su tiempo el recomponerme como alguien nuevo, cortada a tu patrón, para que encajásemos tan perfectamente como dos piezas de puzzle, desististe de ello y pasaste a dejarme como estaba: vacía y rota.
Te dió igual el hecho de que apenas sintiera nada, te preocupabas de tu propio placer y disfrutabas con solo decir o pensar que era tuya.
No deberías haberte sentido orgulloso de tener contigo a alguien más destrozado que las ruinas de Roma.
Y dejaste de estarlo.
En el instante que encontraste a una chica alegre, que sonreía abiertamente. Alguien feliz, todo lo contrario a mí. Fuiste corriendo para colarte entre sus piernas.
En ese momento solo me quedó tu olor y las sábanas revueltas de mi cama esa misma mañana.
Se puede decir que solo te eché de menos esa noche al no tener a nadie que lamiera mis heridas ni con quien pelearme por el calor de las mantas. Pero una vez pasadas esas interminables horas, me sentí bien. Como si, después de tantos años, de verdad fuera libre.