lunes, 21 de marzo de 2016

A mi padre.

El dolor que lleva consigo cada adiós
acompañado de las noches sin dormir
tras el bonito ten cuidado
y las miradas despistadas
al asiento vacío
alrededor de la mesa
cuando llega la hora de la cena.

El sin saber que mata.
El saber que preocupa.

La alegría cuando dice llega hoy,
verlo cruzar la puerta
cargado con sus cosas
y tres corazones,
uno por cada una de nosotras
(que sé que nos lleva consigo).

Como una nube de felicidad
que precipita allá donde va;
las ganas de estar siempre,
y la salida de emergencia que quieres coger
cuando lo vuelves a ver marchar.

No hablo de otra persona
que no sea del que me salva sin que grite,
del que me eleva a los mil cielos
cuando le escucho reír
y la hace reír a ella.

Hablo del único hombre
que nunca me ha roto el corazón,
que lo sana un poquito
cuando me sonríe.

Mi gran hombre,
qué difícil es no quererle
cuando ilumina las estancias
con solo poner un pie dentro.

Qué fuerza,
qué corazón tan grande
para alguien acorde a él.
Y el mío también lo es,
porque dicen que no se puede querer
a personas grandes
con corazones pequeños,
y  él es enorme.
-Gracias por agrandarlo-

Un amor bonito,
no tóxico
sino verdadero,
de los que llenan el alma
y desborda vida 
porque hace florecer margaritas
hasta a mediados de Diciembre;
un amor cálido,
y, sobre todo, eterno.

Acompáñame,
siempre voy a necesitar tu mano
para seguir caminando,
y la tuya sé que no me dejará caer
incluso cuando yo crea que quiero hacerlo.