domingo, 1 de mayo de 2016

Tormenta de verano.

Entraste abriendo 
las ventanas de par en par,
haciéndote notar;
 y aunque dijeras 
que tú eras más como una suave brisa
me descolocaste todos los muebles.

Acariciaste con tus manos
el terrible pozo de mis miedos
pero no llegaste a conocerlo.

Fuiste como una tormenta de verano:
corta pero con consecuencias devastadoras a largo plazo.

Te dejé arrancar
los agradecimientos a mis libros
escribiendo tu nombre en ellos
antes de rozar mis mejillas
y susurrar mi nombre completo
(qué ligero sonaba viniendo de ti)

Y con las mismas que llegaste,
escapaste cual ave rapaz
una vez conseguida su presa.

Susurraste un adiós casi imperceptible
y emprendiste camino lejos
volviendo a pisar tus huellas,
volviendo a tu cautiverio donde crees estar seguro
de las bestias que inundan las calles.

Me quedé en el límite
entre el corazón y la cabeza
escuchando el debate que ambos llevaban;
el primero ordenaba tajante
hacer funcionar mis extremidades y volar tras de ti,
la segunda,
me advertía sabia,
que no aguantarían otro golpe,
que ya están demasiado jodidos aquí dentro
como para volver a apostarlo todo al rojo
sabiendo que el negro se había hecho con el botín.

Por ello,
el corazón se calló
y un poco más se rompió,
la cabeza lloró
y me ordenó salir a buscar
un corazón para robar
ya que el mío acababa de echar las cadenas
y no había quién se atreviera a abrir las puertas.