miércoles, 25 de noviembre de 2015

Vete. Vuelve. No me mates más.

Te tengo atado con hilos en el umbral de mi mundo
con un pie dentro 
y los sueños fuera
sin saber si cerrar la puerta
y abrir una ventana
para que por ella salgan
los acelerados latidos
que hacían que me doliera el pecho.

Tantas vidas me regalaste desde el primer segundo
que cuando contamos hasta diez
nos habíamos quedado desnudos de ilusiones.
Pensamos 
que abrazando con fuerza los miedos
volvería a nacer la esperanza;
que es lo último que se pierde, decían,
pues a nosotros al decir el   se esfumó
llevándose de la mano
el famoso amor para no sentirse tan sola sin su hogar.

Pasan los días 
y, cuando los golpes en la puerta cesan,
la abro y me dejo la garganta
en el mismo lugar donde me robaste
lo que a nadie nunca regalé.

Ahora soy yo la que llora
aunque todavía 
no sé si es por tu pérdida
o por la mía propia.

Escalo hasta la azotea
y, desde allí,
el silencio me taladra los oídos,
los hace sangrar
y te encuentro detrás
y me miras encontrándome
y echo a correr
y caigo en tu pecho
y, por fin, vivo.
Entonces comprendo
que solos estamos vacíos
pero contigo los ríos se desbordan
y yo me siento 
un poquito más completa.