sábado, 30 de agosto de 2014

Caos.

Susurros abandonados en el espacio de dos cuerpos,
besos cuya casa no deberían ser mis labios
y cafés fríos esperando en la repisa de la cocina.

Todo está al revés y no a causa de nuestros
encuentros furtivos en cualquier rincón de casa;
las sábanas se han olvidado de tu olor y 
yo lo busco cual desesperada por sus rincones.

Alcohol en vena y versos sin sentido sobre el papel.
Sin sentido, como nosotros.
Drogas que nublan los sentidos, medicina para no pensarte.

Calles solitarias con las que comparto mi dolor
porque ellas entienden mejor que nadie
lo que es perder a personas.

Y, al final, solo me veo a mí entre humos,
buscando la felicidad que tanto prometían; 
pero en todo este desorden, lo único que hallo
es tu ausencia.
Tu ausencia cual enfermedad incurable.



miércoles, 20 de agosto de 2014

A ti.

Hoy, después de un tiempo sin escribir, sin pensarte, me ha asaltado tu recuerdo y me ha perforado el alma haciendo que el respirar me resulte una tarea imposible, creando en mí una sensación que jamás había creído sentir antes, pero que al pensarlo mejor, la he sentido todos los días desde que te fuiste.
En este corto periodo de tiempo, me he vuelto a preguntar qué hubiera sido de mí si nunca hubieras pronunciado ese adiós que aún me taladra la mente por las noches. ¿Habríamos encajado tan bien como creía que sería? ¿Habrías sido esa pieza que faltaba para completar mi vida o, simplemente, habría acabado igual que ahora pero con los labios más gastados por tus besos? Te mentiría si dijera que no me hubiera gustado averiguarlo. Te mentiría si me atreviese a decir que no pasaría por lo mismo una y otra vez con tal de tenerte de nuevo aquí. 
Eres ese gran error que nunca podría cansarme repetir.
Quizás me habría acostumbrado al olor de tus sábanas o a la comida de la suegra los domingos o, yo que sé, quizás te hubiera puesto un tono de llamada diferente para cuando quisieras llamarme para darme las buenas noches, ya que los buenos días me los darías a besos.
No me hubiera importado caer en esa estúpida rutina, que todos temen, contigo, no me hubiera importado romper mis sueños, porque no había mayor deseo en mí que ese hueco con mi nombre entre tus brazos.
A lo mejor todo acabaría más pronto de lo que ninguno pensaba; a lo mejor no estábamos hechos para una vida juntos; a lo mejor, las perdices no aparecerían en nuestro final; pero ¿qué más daba? ¿qué diferencia podría haber entre el supuesto daño que me habrías hecho, al que me hiciste? Porque en ese momento soñado, podría tener algo a lo que agarrarme, a un recuerdo más vivo tuyo, no a este que se va disolviendo conforme pasan los días y, de golpe, pum, vuelve a aparecer aporreando las puertas de mi destrozado corazón para colarse dentro porque no hay mejor lugar en el que estar que en casa, aunque ya solo quede de ella las últimas vigas que luchan por mantener en pie el tejado.
Quizás algún día vengas para decirme que nos marchitamos cual rosas en invierno y que, como ellas, no volvimos a renacer; que ese dicho de donde fuego hubo, cenizas quedan no se ajusta a nosotros porque el viento se encargó de eliminar los restos de la escena del crimen. Quizás, para ese entonces, las canciones tristes no formen parte de mi repertorio y pueda mirarte a los ojos sin creer que eres el único capaz de reconstruir las ruinas que dejaste a tu paso, como un huracán cuyo único objetivo era yo.