martes, 20 de octubre de 2015

No cierres los ojos.

Levanta la vista hacia el cielo
y observa,
no mires,
tienes que ver;
ver que la belleza
no solo se esconde en una cara bonita.
 Observa el amanecer de vez en cuando,
camina por las calles de una ciudad
cuando aún esté desierta.

Observa que 
los árboles de las calles
están plantados a la misma distancia
pero sus copas se tocan entre ellas,
quizás sea por falta de amor
que se buscan desesperadas
y, a lo mejor,
le han dicho al viento
que les sople
para poder rozarse.

Observa los nudos en los cables 
a lo alto de los pisos,
y si piensas que así estás tú
vas bien,
que cuerdos no se va a ningún lado.

Esa chica que 
crees que corre por llegar tarde
quizás solo lo hace por gusto,
por quedarse sin aliento y 
llenarse los pulmones con aire limpio.

Observa cómo cambian de color las hojas de los árboles
para dentro de unos meses caer desde las alturas,
y compáralo con tu vida;
también cambiarás
y caerás
pero habrás vivido
y tus raíces serán tu legado.

Yo sigo caminando
mirando a todos lados
y viéndolo todo,
viendo aquel anciano sentado en un banco
observando la gente pasar
y sonriendo cuando vuela
una pareja
acordándose de a quien amó
 y a quien perdió;
que él también piensa
que la belleza se puede encontrar
en un par de manos entrelazadas para no caer.

Y, 
ahora corre,
que la vida te lleva ventaja.

viernes, 2 de octubre de 2015

Irremediablemente, nos mojamos.

Esta mañana
me asomé por la ventana
y descubrí
que llovía.
O, mejor dicho,
que llovían pedacitos de mí,
que eran los mismos
que te entregué
en ese café
en el que dejé
mis penas sobre la mesa
a modo de propina,

y me echaron del local
por derramar tristeza
por toda el alma.

Qué sinvergüenzas
aquellos que no me dejan
terminar tu poema
aún sabiendo
que 
se va acabando
el papel donde escribir
-en tus alas ya no queda espacio-
y decidí
pintar el cristal de tus gafas
con unos cuantos versos
para que veas el mundo
con un toque de poesía,
que siempre se ve un poco mejor.

Salimos del local,
y nos pilló la tormenta
desprevenidos
y con el corazón en la mano,
con la mala suerte 
que el viento se llevó
el tuyo;
y yo te tendí mi mano
para compartir el mío
No quiero romperlo dijiste.

Y, a día de hoy,
abro la puerta del mundo
y me encuentro
tu mitad en una caja
pidiéndome perdón
por no saber versarme los labios,
cumpliendo tu palabra
y rompiendo mis tabiques,
llenando de polvo
la habitación en la que,
en su día,
me matabas a ellos.