sábado, 25 de abril de 2020

Te tenía.

Me moriré de ganas de decirte que te echo de menos, que las paredes se me caen encima y me ahogan los pulmones en un último intento de llamarte para que vengas a buscarme.

Te tengo a 10 minutos de casa, en la boca del metro de la línea 6, esperando a que vaya a buscarte y recorrer contigo el camino de vuelta, agarrados de la mano y contando con ellas todos los planes que queremos realizar. Que queremos romantizar de nuevo París, y cumplir todos los deseos que se pidieron al tirar monedas a la Fontana Di Trevi en Agosto.

Te tengo mirándome desnuda en mi habitación y diciéndome que menuda obra de arte la que se presenta delante de ti.

Te tengo delante, fumando, mientras esperas mi llegada, como siempre tarde.
Te veo ahí posado.
Me acerco a ti y cuando tus pupilas reconocen las mías, instantáneamente sale de ti besarme.
Te beso de vuelta, te agarro la nuca como si nunca quisiera que te fueras, sellando en cada roce una cerradura con mil acertijos que sortear para librarte de mis brazos, porque creen estar hechos para rodear la amplitud de tu cuerpo, los entresijos de tu alma y los recovecos de aquello que bombea por mí.

Justo cuando te beso, creo jurar a las estrellas que te quiero, que cada bocanada de aire lleva tu nombre y que me duele cada paso que doy si no es contigo recorriendo alguna calle perdida de Madrid.

Justo en ese momento, quiero predicar que esto dolerá.
Que dolerá no volver a buscar tus labios cada sábado por la mañana, que no volveré a encontrarme con tus pestañas abanicando mi presencia para recordarme que sigo viva porque me quieres y porque me haces quererme cada día un poco más todas las veces que te quedas sin aire al ver que soy real, que me tienes.

Te tengo.
Te tenía.
Te tenía todas las veces que estabas conmigo sin que nadie supiera tu paradero, cada vez que me decías bajito que era tuya y me abrazabas como si quisieras fusionarnos para llevarme siempre contigo y nunca echarme de menos.

Te tenía volcando mi mundo y no quería darme cuenta que cada uno tiene diferentes formas de querer y tú lo hacías aunque no me permitiera verlo.
Te tenía.

Te tenía conmigo. Y ahora dime a quién le cuento mis logros, mis llantos. A quién le digo que te echo de menos sino es a ti.
Dime a quién le cuento mis sueños y escuchará mis pesadillas. A quién voy a recordar cuando vuelva a andar por la infinita Madrid y sin ti metiéndome prisa al pararme a mirar las fachadas de los edificios y pensar lo bien que podríamos vivir los dos en un lugar así.

Dime qué hago ahora que no te tengo, que no estás, que me desmorono y que no sé juntar mis piezas porque mi puzzle tuvo sentido cuando eras tú quien lo montaba.

Te tengo y ya no.
Te tenía y ahora duele.

Voy a sanar, voy a juntarme y a volar pero te sigo echando de menos.

domingo, 5 de abril de 2020

Hipocampo

En el complejo funcionamiento de la mente, el cerebro tiene varias partes donde almacena y trabaja con los recuerdos. Aquellos que son de memoria a corto plazo se retienen durante un periodo de tiempo en la corteza prefrontal, mientras que con los recuerdos que pertenecen a un largo plazo, es el hipocampo el que trabajará con ellos.

Así que, teniendo en cuenta lo anterior, es el hipocampo el que se atreve a mandarme cada mañana, durante esos diez minutos en los que abro los ojos y salgo de entre las sábanas, imágenes de cuando lo que me despertaba no eran los rayos de luz, sino la cercanía de tu cuerpo, tus dedos recorriendo mi cintura y tus besos en mi hombro descubierto. Justo cuando me siento al borde de la cama, me vuelvo a dar cuenta, como todas las mañanas, que he vuelto a dormir pegada a la pared. Mi corazón aún no se ha hecho a la idea y obliga a mi cuerpo a guardarte tu lado en la cama. Sigue reservándote la almohada buena, aún sabiendo que a mí me dolerá el cuello cada día un poco más. No entiendo porque llega a estos niveles de masoquismo.

Por este tipo de cuestiones, es que ahora mismo me da tanta impotencia el saber que en cada rincón de casa hay un recuerdo tuyo. La camiseta que usaste una vez en casa para dormir sigue guardada en mi armario. No la he vuelto a usar desde que nos dijimos adiós, porque hasta ese momento me la ponía como una forma de sentirte un poco más cerca en estos días de aislamiento y soledad, pero tú ya no estás.
Tú ya no estás y no sabes, no te haces una idea, lo que me duele y lo que me está costando explicármelo.

Me duele tanto y no lo sabes.

Se me está destrozando el corazón al pararme en medio de la habitación e imaginarte peinándote delante del espejo. Ahora solo me veo a mí y no es lo mismo.

En mi caja de pandora, ahora guardo todos los planes que dejamos sin cumplir, todas las palabras que quise escuchar de ti y nunca pronunciaste. Sin embargo, estoy haciendo hueco para guardar todos los recuerdos, una vez dejen de doler, una vez que me vuelva a poner tu camiseta, una vez que pueda volver a hacer mía mi cama, una vez que me pare delante del espejo y deje de desear que las cosas hubieran sido diferentes, que todo hubiera sido mutuo y que vuelvas a formar parte de la imagen que éste me devuelve.

Sé que llegará ese día donde todo vuelva a una nueva normalidad.

lunes, 7 de mayo de 2018

Cajones vacíos.

De un momento a otro dejaste de estar cerca y yo empecé a sentir frío cuando creí que viviría toda mi vida en una primavera en Sevilla.
Pensé que seguiría escalando hacia el cielo, amarradita a tus caderas, marcándome éstas el paso para no perderme demasiado, porque sabes lo que me costó encontrarme y desde que lo hiciste tú solo estaba dispuesta a desaparecer si era en los callejones de tus dedos.

Tengo en el escritorio la botella de vino vacía que me regalaste de Florencia, con la marca aún intacta de mi pintalabios en el centro de ésta de aquella noche que me dijiste que yo era para ti como la flor de Lis para Florencia: su marca.
Y yo la única que te había marcado en el transcurso de tus idas y venidas.
Hay dos cajones de mi mesilla que ahora se encuentran vacíos al faltar tus cosas y no sé con qué llenarlos si todo lo demás lo ordené de tal forma para que nunca me faltara espacio y ahora me sobran ellos y me faltas tú.
Nunca pensé que el fondo hueco de un cajón se asemejaría tanto a un corazón.
Los voy a poner en vente para ver si alguien los quiere y con un poco de suerte dejo de escuchar el eco que mi cabeza me hace creer que existe desde entonces.

Se me han venido encima todos los recuerdos, todos estos años, y no sé cómo administrarlos para que solamente hagan un poquito de daño en algún momento del día y de esa forma poder lograr que, con el tiempo, todo vuelva al lugar que tenían los pedazos antes de que llegaras revolviéndolo todo con tus ojos.
Siempre has sido de los que cambian el mundo solo con mirarme.

Me estoy acordando ahora del temblor de tus manos, que yo pensaba que te ocurría de vez en cuando por causas que yo desconocía hasta que me explicaste el porqué. Me dijiste que temblabas cada vez que me veías, ya fuera desnuda o no, pero ahí estaba, signo de respeto y admiración. Te prometo que no pude creerme que existiera alguien que al mirarme se sintiera de esa forma; y lo que nunca te dije era que cada vez que ocurría, mi corazón empezaba a latir tan fuerte que le habría ganado en pulso a los más nerviosos momentos antes de declararse.

La forma en la que se calmaba tu voz cuando se me escapaba un "te quiero" sin venir a cuento, la tranquilidad que emanabas por cada poro, y digo que era solamente en esos momentos porque a la primera de cambio volvía tu incapacidad de estar quieto ni un momento y no había quien te siguiera el ritmo.
Supongo que nunca llegué a correr tan rápido como tú porque yo soy más de cerveza en bar que de copa en discoteca, de leer libros en mi terraza a media tarde que de carreras de motos y de pellizcos en el corazón a deshoras pero certeros que de siempres que se convierten en quizás.
Yo soy de querer tranquila y tú creíste quererme a lo loco y sin seguro, y claro, te estrellaste y tu principal víctima fui yo.

Ahora los rasguños se han convertido en cicatrices que llevan flores a todos los "para siempre" que alguna vez me prometieron, ahora dichas cicatrices son las que enseño cuando alguien me pregunta por ti; "fácil viene, fácil se va"es lo que digo.
Aunque es mentira.
No te has ido fácilmente porque aún sigues haciéndome compañía por las noches, me sigues diciendo que con esos pantalones no puedes dejar de mirarme, que al volver a casa enfadada aún te oigo preguntarme  con quién he discutido y si ha valido la pena y, en caso de ser afirmativa la respuesta, te ríes, me besas y me dices "si alguna vez dejas de gritar, el mundo se habrá ido a pique y yo quiero verte salvarlo".
No te fuiste fácil porque todavía no te has ido, sigues tan sumamente vivo como el primer día que me miraste desde la otra punta del sofá atestado de gente y me dijiste:
"siempre has sido tú".

martes, 29 de agosto de 2017

Mientras existas.

Ahora que el dolor ha decidido salir de copas esta noche, he podido hacerle un hueco a la nostalgia y lo único que me susurra es tu nombre enmascarado en pequeños detalles relacionados con aquellos días dónde el calor era el único observador de nuestras danzas.
Me susurra que te escriba, que te cuente a qué saben mis noches en vela y si en algún momento te he echado de menos.
La última respuesta es 'no' pero seguro que sí estuvieras delante me dirías que mentir es de lo poco que no se me da bien.

Anoche hablé con las estrellas para preguntarles por tu vida y por si habían desarrollado dotes de adivinación para que me digan si tú y yo nos volveremos a reencontrar en algún momento y si duraría hasta que me despiediera de mi hogar. Ellas me respondieron que el destino es sabio pero no consecuente con lo que todos quieren porque a veces no es lo que merecemos y siempre va a intentar llevarnos a donde pertenecemos. Me contaron que tú sigues bien, pensando alguna que otra vez en esa chica rubia que abandonaste en la arena de la playa.

Ahora, cada vez que veo el mar, me acuerdo de tu risa y todo se vuelve más fresco.

Aquí quiero dejar claro que todo lo que diga no tendrá validez delante de ningún tribunal y que todo lo que ocurra esta noche será siempre recordado mientras tú existas. Porque siempre que exista la mínima posibilidad de que estés vivo, te seguiré buscando entre la gente que me cruce, en las manos ásperas que me toquen y en los ojos que se atrevan a descubrir qué es lo que hay detrás de mi "hace tiempo que dejé de amar" porque yo siempre amo, solo que no lo saben, pero tú sí lo sabías.

Siempre que existas habrá un motivo por el que volver a abrir tu herida y transformar lo sentido en algo memorable, en algo eterno.
Yo sólo tengo fé en lo que siento y sólo le transmito mis penas al papel, así que esto hoy es por ti, para que siempre existas en otro lugar que no sea únicamente en el lado izquierdo de mi pecho porque ahí nadie te ve y tú eres digno de admirar.

Me tengo que marchar, estoy escuchando las llaves del dolor queriendo entrar en casa y tengo que mantenerme fuerte.
Te echaré de menos.

sábado, 22 de julio de 2017

Apenas sé de ti pero.

Te he escrito en el abdomen
una retahíla de frases que quise decir
y nunca pude.
Conforme asciendas,
te encontraras con restos de mis huellas,
arena de la playa
y el sabor dulce del té con azúcar.

Debajo de la mandíbula
hay un collar con una joya que ocupa el centro,
inmensa,
rodeada de retazos de mis besos
que forman las cadenas con los que se anudan a tu nuca.

En las manos te he tatuado los kilómetros recorridos
y el nombre de las canciones que escuché
mientras me esperabas,
indeciso,
siempre con miedo.

Te he presentado a mis demonios
y hasta a ellos les has caído bien.

Creo que dejé en esa habitación más de lo que pensé
y tú me diste más de lo que querías dar a nadie nunca;
y aún así el adiós no fue tan amargo tras la seguridad que aporta la coraza,
indispensable compañera de rotos.

Lloré de todas las maneras posibles sobre tu hombro,
infiel,
temerosa de que te apartaras
y cayera en picado desde la torre de Babel.

Aunque no quieras darte cuenta
estás lleno de pequeñas partes de mí,
determinadas palabras que te harán recordarme.

De esa manera sentirás de vez en cuando el filo del cuchillo del destino también te amenace a ti preguntando el motivo de la cobardía que atesoras.

No te conozco pero sangras,
dueles,
y desarmas.

Te enseñé mis trucos
quedándome desnuda ante ti,
alcé la cabeza
y al clavarme en tus ojos,
dije:
'¿ahora qué?'
Y tú, sonriendo de lado
creyendo tenerlo todo ganado,
respondiste:
'ahora todo, chica.'

sábado, 8 de julio de 2017

4/4

Me he despojado, por fin, de lo sobrante,
de lo hiriente,
de palabras con doble filo 
que siempre dañan dos cuerpos,
y de personas que juegan sus cartas
tan hábilmente
que antes de terminar 
creen tenerte caminando sobre su hilo.

He cerrado puertas, ventanas y rendijas
en las cuales dejé resquicios de luz
por donde cupieran quienes un día partieron
en caso de que la nostalgia 
les golpeara una noche en sueños
y me echaran (de menos y en falta)

Pensaba que, a veces, quien te quiere también se va;
que te deja un espacio que rellenar,
para buscar otras almas de las que te impregnes
y, al volver ellos, te vean distinta,
nueva
y a rebosar.

Pero no es así,
quien te quiere siempre está
aunque le grites que se marche,
permanece en la parte de atrás
deseoso de su momento,
de su monólogo perfecto
y le abras la puerta de par en par.

He roto las cadenas que me unían 
a personas que desgastan,
que atormentan
y no dejan paso a la alegría,
porque la rebeldía siempre nos va a besar los labios
cuando estemos con las personas adecuadas.
Inigualables e insuperables.
Piezas encontradas que encajan,
te completan
y te sostienen.
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miércoles, 12 de abril de 2017

Te has perdido quién soy.

Te he encontrado en la puerta de mi casa, sentado en el mismo escalón donde esperé a que llegaras la última vez, con el cigarro entre los labios y como única compañía el sonido de mi tacón casi rompiendo el suelo.
Nunca llegaste.
No volví a ponerme esos tacones.
No pensé que aparecerías tú llevando mi camiseta, pensando quizás que me harías sentir nostalgia.
Quizás.
Me dices, antes de que pueda pestañear y calmar el remolino que se acababa de formar en mi cabeza, que te entró miedo.
Miedo por la inmensidad que te estaba ofreciendo sin pedir nada a cambio, sólo la comodidad que el hueco de tu cuello me proporcionaba. Dijiste que te asustó mi corazón abierto, que no entendías cómo algo que sufrió una tragedia como aquella podía estar ofreciéndote un techo donde pasar la vida con las puertas abiertas y sin tener que pagar las tasas de estadía.
A mí me entró rabia porque yo tampoco lo entendía pero no por ello abandoné la batalla dejándote solo en primera línea de guerra, sino que permanecí contigo, codo con codo, hasta que fue la oscuridad de aquella noche la que me engulló.
Excusas tu marcha alegando que querías ver lo que la vida te quería ofrecer, comprobar qué sabor tenía el mundo si lo descubrías por tu cuenta y cómo se veía la luz a través de otros ojos que no eran los míos.
Ahora me ofreces esperarme en ese mismo escalón a que me reconstruya, a que forme mis cimientos, los cuáles tú pensabas que se encontraban en una situación de necesitada intervención, que se estaban tambaleando.
Me ofreces paciencia y cuidado porque creías que tu marcha fue la peor de todas.

Si te soy sincera, una ráfaga cargada de dudas cruzó mi mente en el transcurso de tu discurso y llegué a cuestionarme si podría soportarlo y, aunque dijiste que el marcharte no te sirvió de nada, que me querías tener a tu lado cuando todo lo que deseabas se hiciera realidad, me di cuenta de que yo no.
Te sorprendiste cuando te dije que ya había sanado y un rayo de esperanza iluminó la puerta de mi casa porque sonreíste cual vencedor que recupera un premio que una vez fue suyo, y seguiste sonriendo hasta que de mi boca salió el demoledor "pero".

He sanado, sí, pero a diferencia de lo que pensaste, significa que he avanzado, que me he conquistado y que te has perdido ese proceso, te has perdido quién hoy soy.
Te has perdido cómo afronto los hechos sin resguardarme detrás del escudo de alguien más, les planto cara y me río de ellos y, a veces hasta de mí, porque he aprendido a no llorar en mis caídas. Te has perdido lo fuerte que ahora soy y la de batallas que he librado sola. Te has perdido el no temerle al amor y abrazarme a mí misma cada vez que veo mi reflejo sin necesidad de ir rogando a nadie que me diga qué piensa de mí.
No conoces a la mujer que ahora tienes delante, ni cómo es la manera en la que ahora sueño o río o cómo piso el suelo con más determinación, seguridad y con las ganas a punto de salir despedidas desde mis labios por gritar que el mundo me absorba y me devuelva más llena, más sabia, más libre.

Y todo esto no lo sabes porque te fuiste por miedo a un corazón que juré tuyo.

Te has perdido mi revolución y no voy a narrártela porque no hay palabras, ni fotografías, ni rumores que le hagan justicia.
Te quedaste pálido y yo me sonrojé (sí, estoy tan llena de color que se me desbordan hasta las mejillas)
Ese día quedó marcado como mi primera victoria conmigo misma. Hasta ese momento no sabía que hacíamos tan buen equipo.