domingo, 13 de diciembre de 2015

Para quien nos enseña.

Me estás agarrando la mano.
Aunque tú no lo sientas,
pero me tienes cogida de la mano.
Haces círculos con tu dedo índice 
en la longitud de mi pulgar,
y alguna que otra vez, 
se te escapa un apretón
para recordarme que ahí estás.

Estamos cogidos de la mano
pero caminamos separados,
se ha bifurcado nuestro camino
y no sabemos por dónde tirar;
estamos parados en el arcén,
con los intermitentes puestos
decidiendo si yo tomo tu sendero
o tú el mío.

La noche acecha
y el miedo se acerca,
ya lo oigo,
¿tú lo escuchas?
nos quiere rasgar la piel
hasta entrar a lo más profundo
y ponernos del revés.

Mira al cielo,
coge aire
y que cada uno eche a correr,
que la ilusiones rotas
nos van pisando los talones.
Qué miedo pasé
al encontrarme sola en ese bosque de voces
que aclamaban por mi atención;
¡ayúdame!
chillaban
y esos gritos me taladraban la cabeza
para instalarse allí.
Grité y grité contra ellas,
para que mi voz se escuchara por encima
y así volverme algo más cuerda.

Me quedé sin voz
y las voces sin fuerza;
caí de rodillas
y lloré.
No emití sonido alguno
e intenté llamarte
y no aparecías
pero te seguía cogiendo la mano
aunque no estuvieras,
aunque corrieras por tu bosque,
te sigo manteniendo en pie
y yo sigo andando
aún cogida a tu mano
sin despegarme nunca
de esa caricia tan cercana
y a la vez, ya perdida.

Llegué a un prado
donde el sol brillaba
y mi pálida piel
cogió color.

Míralo cómo canta en la copa del árbol,
qué libre,
qué único,
qué vivo.
Ahí estás,
más grande que nunca.
Me dices
estás más alta
y te respondo
me siento más pequeña.
Me preguntas por tu vida
y te digo que la tengo aquí guardada,
en el lado izquierdo del pecho,
que sigue bombeando
y que está bien.
Sé que me la vas a pedir de vuelta
y no sé si estoy preparada para dejarla marchar,
al fin y al cabo
ahora es mía.

Lo entiendes
y te alejas,
yo me acerco
y das un paso,
me tomas la mano
y susurras
ya sabes andar sola
me soltaste la mano
y, sin yo quererlo, eché a volar.